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Ilarion

Metropolita ortodoxo, Patriarcado de Moscú
 biografía

Eminencias y excelencias,

Querido Prof. Riccardi y miembros de la Comunidad de Sant'Egidio,
Queridos hermanas y hermanos,
 
El gran asceta de la Iglesia ortodoxa rusa Serafín de Sarov enseñaba a sus hijos espirituales con las palabras “Adquiere un espíritu de paz y miles a tu alrededor se salvarán”. La profundidad espiritual de estas palabras es tal, que en cualquier época su actual verdad resuena con nueva fuerza. Parecen, en efecto, palabras pronunciadas para nuestro tiempo, marcado por numerosos conflictos, guerras, actos terroristas, injusticias sociales y crisis ecológica de carácter global.
 
La enseñanza de San Serafín, que continúa la tradición de la antigua ascesis cristiana, contiene una gran verdad: la transfiguración del mundo circunstante empieza con la transfiguración del mundo interior del hombre. En otras palabras, si queremos cambiar las circunstancias externas a nuestra vida primero tenemos que empezar por uno mismo. “Cuando un hombre adquiere un espíritu de paz –decía el santo-, entonces puede derramar sobre los demás la luz que ilumina el espíritu”.
 
Conocemos numerosos ejemplos en los que se ha intentado transformar de manera radical la sociedad y que, en realidad, han conllevado violencia, odio y contraposición social. Han sido intentos infructuosos porque, al intentar cambiar la sociedad, el hombre no se ha cambiado a sí mismo y se ha movido por el espíritu de enemistad y no por el de paz. Desgraciadamente en el mundo de hoy somos testigos de una escalada de violencia que se esconde detrás de los eslóganes religiosos. Grupos radicales organizan actos terroristas que crean miles de víctimas absolutamente inocentes. El nivel de profanación es tal que los terroristas cometen sus acciones durante las celebraciones en las iglesias, mostrando qué espíritu les anima. Su espíritu, en efecto, no es el Espíritu de Dios, porque, según las palabras del apóstol Pablo “El fruto del Espíritu es, verdaderamente, amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, humildad, dominio de si” (Gal 5, 22-23). Durante el histórico encuentro de La Habana, Su Santidad el Papa Francisco y Su Santidad el Patriarca de Moscú y todas las Rusias Kirill han reiterado con fuerza: “Son absolutamente inaceptables los intentos de justificar acciones criminales con eslóganes religiosos. Ningún crimen puede ser cometido en nombre de Dios, “porque Dios no es un Dios de desorden, sino de paz” (1Cor 14, 33). (punto 13).
 
Después que Cristo resucitó de entre los muertos saludó a Sus discípulos con las palabras “la Paz esté con vosotros!” y mandó a sus discípulos que predicaran esta paz de Dios hasta los extremos de la tierra. Esta misión se confía a quien se considere discípulo y seguidor de Jesucristo. Los cristianos, en efecto, están llamados a “adquirir un espíritu de paz”, o sea a crecer en un espíritu de paz y de amor hacia toda la creación, imitando al Creador, y a llevar esta paz y este amor a todos los que le rodean para su salvación. El profeta Isaías, hablando de la altura de esta vocación, exulta: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación!» (52, 7).
 
La historia del cristianismo ha ofrecido maravillosos ejemplos de servicio a la paz: es la experiencia de numerosos santos a través de los que ha actuado el Espíritu de Dios. Ejemplos de humildad, de caridad, de perdón, de largo plazo: solo recordar el nombre de Serafín de Sarov, que derramaba amor ya sea en los hombres como en los animales, y el de Francisco de Asís, que predicaba la paz a los musulmanes y con amor se relacionaba con toda la creación.
 
El Espíritu Santo suscita también hoy trabajadores que trabajen por la paz, que ofrecen sus energías para hacer superar los prejuicios, para buscar vías de dialogo, para crear comprensión recíproca entere religiones y pueblos. Uno de los luminosos ejemplos de este servicio a la paz está representado por la Comunidad de San Egidio, que cada año organiza este encuentro internacional con eminentes representantes de las Iglesias cristianas y de las demás religiones, del mundo de la política y de la cultura, con el objetivo de crear puentes entre personas que pertenecen a diferentes horizontes de pensamiento y cultura, de detener la enemistad y construir una paz sólida y beneficiosa para el mundo. Todos nosotros estamos aquí reunidos gracias al infatigable trabajo de los miembros de la Comunidad de San Egidio. Quisiera expresar un profundo reconocimiento a su fundador, el estimado profesor Andrea Riccardi, al presidente profesor Marco Impaggliazzo, y a todos los queridos amigos de esta Comunidad por la fidelidad al servicio inspirado por la Palabra de Dios desde hace más de cincuenta años.
 
Aprovecho la ocasión, en esta sede, para expresar mis felicitaciones al arzobispo de Bolonia, Mons. Matteo Zuppi, por su inminente elevación al cardenalato, el próximo 5 de octubre. Este nombramiento, querido por Su Santidad el Papa Francisco, es un evidente reconocimiento a la obra de Su Eminencia, también en el campo de la paz, pero es también un reconocimiento al mérito de toda la Comunidad de San Egidio en todas las formas de su servicio. Estoy seguro que este reconocimiento será inspiración para nuevas iniciativas a favor del dialogo entre las religiones y los pobres.
 
Hoy este diálogo es cada vez más necesario y urgente. Quisiera nuevamente citar las palabras dirigidas por el Papa Francisco y por el Patriarca Kirill a los representantes de las diversas religiones: “En esta época inquietante, el dialogo interreligioso es indispensable. Las diferencias en la comprensión de las verdades religiosas no tienen que impedir a las personas de fes diferentes poder vivir en la paz y la harmonía. En las circunstancias actuales, los líderes religiosos tienen la responsabilidad particular de educar a sus fieles en un espíritu respetuoso de las convicciones de los que pertenecen a otras tradiciones religiosas” (punto 13). Solo el diálogo en el nombre de la paz ayudará a los pueblos a elevarse más allá de sus propios intereses y a unirse para oponerse a la violencia y al terrorismo, para llevar una palabra de paz y consuelo allí donde desde hace años dura la guerra. Esto solo será posible cuando la paz reine en nuestras almas, cuando la predicación de la paz será testimoniada en cualquier momento de la vida y será encarnada en obras concretas cada día.
 
“Adquirir un espíritu de paz” es una escuela de perfección espiritual que implica el crecimiento en el amor. Precisamente por esto el Papa Francisco y el Patriarca Kirill en su Declaración conjunta han dirigido una particular atención a la educación de los creyentes en el espíritu del respeto por el otro. Del respeto por el otro, de la atención por las necesidades de los demás, de la atención por el mundo circunstante empieza la asimilación por parte del hombre de los dones espirituales, uno de los que es precisamente la paz interior.
 
Es alentador ver que ya ahora los creyentes de diferentes religiones unen los esfuerzos para alcanzar la paz y para curar las heridas causadas por la guerra. En Rusia desde hace varios años está activo un grupo para la ayuda humanitaria a la población siria, donde unos al lado de los otros trabajan cristianos de diferentes confesiones y también musulmanes. Gracias al trabajo de este grupo, muchos habitantes de Siria de diferente credo religioso que han sufrido por la guerra pueden recibir ayuda. Esta colaboración se convierte en una escuela de paz para todos los que participan, porque enseña a superar el egoísmo y a abrir el corazón al otro.
 
Todos nosotros, reunidos en este Fórum en Madrid, intentamos traer nuestra contribución a la causa de la paz, invocando la misericordia de Dios para que ayude nuestra debilidad humana. Por esto, como conclusión de mi intervención, quisiera dirigir a todos las palabras del llamamiento pastoral del Papa y del Patriarca: “Exhortamos a todos los cristianos y a todos los creyentes en Dios a rezar con fervor al providente Creador del mundo para que proteja a su creación de la destrucción y no permita una nueva guerra mundial. Para que la paz sea duradera y fidedigna, hacen falta esfuerzos específicos dirigidos a redescubrir los valores comunes que nos unen, fundados en el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (punto 11).