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Andrea Riccardi

Historiador, Fundador de la Comunidad de Sant'Egidio
 biografía
Señor Presidente,
Señora Canciller,
Ilustres personalidades religiosas,
 
En pocos años nuestro mundo ha cambiado mucho. Hace treinta años, con la firma del tratado sobre los euromisiles, terminaba la amenaza atómica, triste compañera de la guerra fría. Caía el muro de Berlín. Con el proceso de globalización se mezclaban pueblos, se creaban comunicaciones veloces y un gran mercado. Hegemonías consolidadas desaparecían y se abría la nueva era global. Pero faltaba algo. Junto al gigante de la economía globalizada, quedaba una unificación espiritual por hacer. Los mundos espirituales permanecieron mayoritariamente en sus horizontes tradicionales. Con mucha frecuencia las religiones no se han percatado de que la globalización es también una aventura del espíritu y de la fe. 
 
Se ha difundido el miedo. Frente a espacios globales inmensos, frente al temor de invasiones, vuelven a emerger antiguos terrores. Los pueblos piden seguridad y la encuentran en la retórica pregonada del enfrentamiento o en líderes belicosos. Identificar a un enemigo da seguridad. Ante al terror del otro se levantan nuevos muros. Es la contradicción actual: un mundo unido pero muy dividido. La división como reacción a la unificación.
 
Ha faltado –como decía– la unificación espiritual del mundo. La unificación espiritual no significa homologación o uniformidad sino un gran y profundo movimiento de diálogo espiritual e interreligioso que nos haga más amigos, aun siendo diferentes, tanto en nuestro ambiente local como en los escenarios del mundo. 
 
Así, muchas veces se ha producido una globalización sin alma, caracterizada por la fuerte mentalidad materialista de la economía. En este contexto, hemos asumido –lo digo como Comunidad de Sant'Egidio–, desde 1986, desde que Juan Pablo II invitó a las religiones a rezar en Asís... hemos asumido la responsabilidad de continuar el diálogo entre las religiones. Sin poder, pero con la tenacidad de no perder el contacto con ningún mundo. Cada año hemos recorrido este camino con muchos de los presentes aquí: grandes figuras del espíritu como el cardenal Martini, el rabino, el venerable Yamada, el profesor Bauman o Ghassan Tueni. Con amigos que deseamos volver a ver: los obispos de Alepo, Mar Gregorios Ibrahim y Paul Yazigi, secuestrados en Siria desde hace cuatro años durante una misión de paz.
 
Las corrientes espirituales cambian la historia. Es un fenómeno tan evidente como olvidado. Un claro ejemplo es la Reforma protestante de hace quinientos años. Un mundo cambió a partir únicamente de las Escrituras, de una aproximación diferente a la Biblia. Estamos aquí, en Alemania, para rendir homenaje a un acontecimiento espiritual que removió las conciencias e impactó incluso a los adversarios, induciéndoles a reformarse. Una historia espiritual alemana se ha convertido en europea y mundial. 
 
Pero el desmesurado gigante de la globalización necesita una alma. El alma crece en el diálogo entre los espíritus, en la amistad y en la oración. El diálogo es la estructura fundamental de muchas religiones: diálogo con Dios, la oración; diálogo con los textos sagrados, entre espirituales. Las religiones son organismos vivos. No ideologías, sino comunidades enraizadas en las tierras, cercanas al dolor, a la alegría y al sudor de la gente, capaces de acoger su respiro. He visto la oración de muchos desesperados en lugares de dolor o en los viajes terribles de los refugiados. 
 
Las religiones no se verticalizan como tantos procesos institucionales, sino que permanecen en contacto con la tierra, entre las casas: la sinagoga, la iglesia, la mezquita, el templo y otros lugares sagrados. Por esto cuando se quiere humillar a un pueblo, se violan sus mujeres y se destruyen sus lugares sagrados.  
 
Hoy millones de personas diferentes se han acercado, viven juntas, pero siguen siendo extrañas. Hay que abrir caminos de paz con el diálogo entre la gente: ayudar a vivir juntos a los diferentes. Un camino de paz (no puedo ahora ahondar en el tema) es cooperar en la lucha contra la pobreza: pienso en África y aprovecho la ocasión para saludar al presidente de Níger. Por su demografía y por otros aspectos África será una buena parte del futuro de la humanidad. Es vital cooperar en el desarrollo con los países africanos en la justicia por parte del norte del mundo, pero también de los dirigentes africanos. Las religiones tienen una visión común de la humanidad y recuerdan que no hay futuro seguro para unos descuidando a los otros, para los ricos en medio de muchos pobres. 
 
Los promotores del odio han comprendido la utilidad de las religiones y las han utilizado para alimentar la cultura del enemigo y el terrorismo. Las religiones pueden ser agua que apague el fuego de la violencia, pero también gasolina que la inflama. Las ideologías terroristas son un terrible mecanismo en manos de los violentos, que podrán hacer mucho mal, pero nunca vencerán. ¡Qué decisivo es, por tanto, el papel de los líderes religiosos para iluminar las mentes! El gran imán de Al Azhar, Al Tayyeb, ha afirmado con rotundidad, hablando del terrorismo islámico, que la religión es rehén de quien no tiene derecho a hablar en su nombre. 
 
Para las religiones, la violencia y la guerra no son santas. Solo la paz es santa. Para realizarla hay que trabajar como artesanos cada día abriendo caminos, conectando a todos en un tejido de diálogo y cooperación. Nunca aislando. Mujeres y hombres de fe tienen la paciencia para hacerlo incluso  en los rincones más recónditos de la tierra. Pero deben salir de los esquemas del pasado y creer más que los tesoros de sus religiones pueden ser la base de la paz. A menudo la guerra empieza en el egoísmo y en el egocentrismo. Todo creyente puede ser un trabajador de paz. Muhamad Iqbal, gran poeta musulmán del continente indio, escribía: "¡Ten la osadía de crecer, atrévete, Hombre de Dios! ¡No es pequeño el reino de los cielos!". Hoy no es pequeño el espacio para construir la paz, pero requiere audacia. Por eso nos encontramos aquí.