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Ole Christian Maelen Kvarme

Bisbe luterà, Noruega
 biografia

Meditación (Romanos 13,8-10): Amaras a tu prójimo como a ti mismo

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Durante estos tres días hemos disfrutado de la amistad y de la fraternidad entre todos nosotros, en la bonita ciudad de Barcelona. Sin embargo, estando juntos hemos experimentado en nuestros pensamientos y nuestros corazones el hecho de estar viviendo en un tiempo de crisis. Esta tarde estamos todos reunidos para la oración dirigida a Dios con el fin de encontrar el sentido a nuestras vidas, y Pablo nos da las gracias y dice: ¡“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”!

Hay una cita preciosa en el Antiguo Testamento, en el Libro de los Proverbios,  que dice: “Como el agua es espejo del rostro, el corazón es espejo del hombre” (27,19). Acerca de esta cita,  un hombre prudente formuló una pregunta: “¿Por qué habla “del rostro que se refleja en el agua” y no “en el espejo?” A continuación aquel respondió: “Porque si quieres ver tu rostro reflejado en el agua, debes inclinarte mucho hacia abajo. ¡De esta misma manera es nuestra relación de amistad con el otro, debemos inclinarnos mucho, buscar en lo más profundo, para descubrir el corazón del otro así como el nuestro!” 

Es a través de la reflexión de este  proverbio que esta tarde escucho la admonición de Pablo: “¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!” Hemos escuchado esto antes, lo sentimos  desde  nuestro corazón, y ahora tenemos que descubrirlo de nuevo una y otra vez  - buscar en lo más profundo del corazón de nuestro hermano, así como en el interior del nuestro, e ir mucho más lejos: al corazón de Dios.

Cuando a Moisés se le apareció la zarza ardiente en el desierto, no solamente tuvo una visión de la Santidad de Dios. Dios descendió hasta Moisés y desde su corazón le anunció la siguiente revelación : “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos” (Exodo, 3,7). También fue su corazón lo que Dios nos entregó cuando Él nos envió a su Hijo, según Juan nos dice en sus  escrituras : “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (Juan 1,14) Creo que este hecho no sólo nos hace reflexionar, sino que supone un desafío de historia de vida: Cristo en la vida diaria, en mi entorno, mi prójimo – el Hijo de Dios. 

Jesús, él mismo, es aun más radical en este sentido. Habla de sí mismo como el hambriento, el sediento, el extranjero, el desnudo ante el mundo, el enfermo y el prisionero. Él se identificó con  la pobreza y el sufrimiento de nuestro mundo. Según Él mismo hizo, dando alimento, bebida y vestido a todos, mostrando su hospitalidad o bien visitándolos, debemos encontrar a Dios y compartir su gracia divina.

En nuestra oración de esta tarde, elevamos pues nuestras lamentaciones y el sufrimiento de nuestro mundo y su entorno a Él, cuyo corazón ve y oye más de lo que nosotros hacemos. Y,  buscando unos a otros en lo más profundo del corazón, así como expresando con acciones nuestro agradecimiento, emprendemos nuestro camino desde aquí mismo hacia el encuentro  del corazón del otro así como del corazón de Dios lleno de amor sin límites para todos nosotros. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.