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Dimitris Christofias

Presidente de la República de Chipre
 biografía

Sus excelencias,
Distinguidos líderes de las Iglesias cristianas y las principales religiones del mundo, este Encuentro en Barcelona es una muestra de la larga historia de diálogo en el que está implicada la Comunidad de Sant’ Egidio. Ese diálogo empezó hace 25 años siguiendo los pasos del “espíritu de Asís”, la ciudad donde el Papa Juan Pablo II convocó en 1986 el primer encuentro interconfesional de oración por la paz.
En mis recuerdos sigue siempre vivo el encuentro de 2008, que tuvo lugar en Chipre. Fue un encuentro excepcional en el corazón del Mediterráneo, en un país que permanece dividido después de la invasión y la ocupación de su parte norte por las tropas turcas. Las religiones no pudieron escoger un sitio mejor que ese para ver de cerca el mal que provoca la guerra, y para enviar asimismo un mensaje de esperanza. Durante ese encuentro, Chipre se convirtió en un cruce de caminos para muchas personas de diferentes religiones y culturas. Desde los tiempos antiguos, Chipre siempre ha sido un puente entre las diferentes civilizaciones y sigue siéndolo, a pesar de la grave herida que ha dejado la división. El pueblo de Chipre sabe qué significa la palabra “paz”, porque ha conocido el dolor de la guerra y la expulsión violenta de los hogares de sus antepasados. Y vive con ello hasta el día de hoy.
Por estas razones di, junto al pueblo de Chipre, una calurosa bienvenida al Encuentro de 2008, y por eso quiero dar las gracias de nuevo a la comunidad de Sant’ Egidio y especialmente a su fundador y amigo mío, el profesor Andrea Riccardi, por la excelente organización de este encuentro.
Rememoré este importante acontecimiento en junio pasado, durante la visita de Su Santidad el Papa Benedicto XVI a Chipre, cuando expresé de nuevo nuestro deseo de “hacer de Chipre un modelo de coexistencia entre civilizaciones, un modelo de la civilización del futuro”. El mensaje de paz que se reafirmó tras ese encuentro de 2008 llega hoy hasta nosotros: “Ninguna persona, ninguna nación, ninguna comunidad es una isla. Siempre necesitamos a los vecinos, la amistad, el perdón y la solidaridad. Tenemos un destino universal común: podemos vivir juntos en condiciones de paz o podemos perecer juntos […] No hay odio, guerra, o muro en el mundo que pueda resistir la oración, es decir, el amor sereno amante del diálogo y del perdón. El diálogo no debilita, el diálogo refuerza. Es la verdadera solución a la violencia. Nada se pierde con el diálogo”.
Toda mi vida he intentado pensar siguiendo este espíritu: el de encontrar razones para el consenso. La última palabra no puede serlo de división, rencor o conflicto. Me gustaría reafirmar esto en Barcelona, al otro lado de nuestro turbulento Mediterráneo. Los países del Mediterráneo son mundos donde vive gente con diferentes culturas nacionales y religiosas. La convivencia no es fácil: es un reto. Es verdad que la civilización no busca una pureza imaginaria, sino la mezcla, el fruto de la interacción entre identidades diferentes y la historia. Sería un mundo bárbaro aquel en el cual, el vecino que es distinto a nosotros, estuviese oprimido y fuese anulado. La civilización verdadera es sólo aquella en la que podemos vivir juntos.
Por lo tanto, desde mi elección como Presidente de la República en 2008, seguimos luchando sistemáticamente para reunificar Chipre y acabar con la ocupación. Estamos actualmente en conversaciones con el fin de alcanzar un acuerdo comúnmente aceptado y dar a la paz una oportunidad real. Sabemos que es un esfuerzo plagado de dificultades, pero tenemos el deber de construir un futuro pacífico y entregar a las generaciones venideras un país reunificado. Una tierra acogedora para todos sus hijos: Grecochipriotas, Turcochipriotas, Maronitas, Armenios y Latinos. En una Europa que se unifica es inconcebible que Chipre y su pueblo puedan quedar divididos.
La guerra siempre deja tras de sí un legado contaminado por un odio y una amargura que no permiten que no resuelvan los problemas. La gente necesita paciencia para aprender a convivir mediante el diálogo. Como dijo el profesor Riccardi: “Un nuevo mundo es posible, no mediante una varita mágica, sino como resultado de un insistente proceso de reconstrucción de una cultura de convivencia, de diálogo cotidiano encontrándose con el otro, respetando la libertad y la personalidad del otro; una solidaridad que beneficiaría a los más pobres y humildes”. También yo lo creo así.
Afrontamos una etapa de la historia muy difícil. Muchas de las referencias del pasado se están viniendo abajo. A lo largo y ancho del mundo sentimos inquietud por la quiebra de la civilización humana. Valores, ética, justicia: todo se está derrumbado. El hombre pierde su posición en el centro de nuestros pensamientos y acciones. Somos testigos de hechos de una crueldad inhumana. Las lamentables consecuencias de un sistema económico desigual están ante nosotros: naciones enteras condenadas a vivir en condiciones de extrema pobreza y absoluta desolación. La falta de perspectivas y de diálogo empuja a mucha gente a actos desesperados. En Europa oímos de nuevo voces de intolerancia, marginalización y racismo. La inseguridad económica amplifica la preocupación: así los pobres terminan siendo blanco fácil para nuestros temores e inseguridades.
Necesitamos un cambio radical de la ética política. ¿Qué deben hacer la política y sus líderes a la vista de esta situación? Lo diré con palabras sencillas: “deben sobrepasar los límites”. Para mí esta frase resume el ideal del político que no sigue el impulso del momento y no cae en las trampas de emociones pasajeras.
Sobrepasar los límites es una expresión del coraje necesario para ignorar el egoísmo de unos pocos y los temores de muchos. El desafío es complejo, pero se debe afrontar con valor y humildad, con el objetivo de remodelar el futuro y no aceptarlo ciegamente.
Eso es exactamente lo que intentamos conseguir nosotros también en nuestra isla, Chipre. Y es lo que en Europa debe convertirse en realidad. No quiero ocultar las dificultades de esta tarea. Sin embargo es imperativo que, por encima de los intereses de un grupo o, peor, de una élite, antepongamos la necesidad de sobrepasar los límites. Sólo así nuestros sueños de coexistencia y justicia podrán hacerse realidad.
Pero la política no lo puede todo. Parte de la responsabilidad corresponde a ustedes, distinguidos representantes de las principales religiones del mundo. Veo entre ustedes a líderes que pueden unir sus fuerzas en un intento de eliminar la desconfianza. Veo en ustedes a los líderes espirituales que se centran en los valores más nobles, incluido el más importante: el derecho a la vida y la coexistencia pacífica, sin distinción de color, origen o cultura.
Es deber de los líderes religiosos ilustrados y de los líderes políticos valientes el unir sus fuerzas para superar los obstáculos, allende las fronteras, en todos los ámbitos de la vida. Como ya dije en Chipre: “Hay sitio en nuestro pequeño mundo para que todas las civilizaciones y todos los credos vivan juntos de modo positivo y creativo, beneficiando a los humanos y su prosperidad”.
Nuestro terreno común de acción es la justicia, sobre todo en relación a los más pobres. Por eso nuestra Embajada en la Santa Sede observa con sumo interés no sólo el diálogo interreligioso, sino también la cooperación para un mundo más justo. Es mi deseo que mi Gobierno coopere con la Comunidad de Sant’ Egidio en África apoyando el tratamiento contra el sida en Malawi y Guinea Conakry. Es un acto de solidaridad que nos recuerda que no podemos hacernos los ciegos ante las dolorosas consecuencias de esta grave pandemia en el continente africano. Es también una manera de sobrepasar los límites.
Nuestro encuentro en Barcelona refleja ese sobrepasar los límites entre nosotros. Estando todos aquí, unos junto a otros, sellamos un compromiso. Hoy estamos diciendo que no podemos vivir cada uno por separado, sin paz. Estamos pidiendo que, a la luz de diferentes tradiciones populares, religiosas y culturales, se acepte el desafío de un nuevo humanitarismo en el diálogo. La coexistencia es el gran reto de nuestro tiempo. La cultura de la “convivencia” es más necesaria que nunca en nuestro turbulento mundo, para que este se transforme en uno más justo y pacífico.