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Andrea Riccardi

Historiador, Fundador de la Comunidad de Sant'Egidio
 biografía

Estos días se congregan en Roma líderes y creyentes de varias religiones con humanistas laicos, no cerrados en un laboratorio, sino frente a los escenarios del mundo, frente a la guerra. La guerra, efectivamente, ha vuelto a suelo europeo con la invasión rusa de la martirizada Ucrania, y aún no se ve una vía de salida. Por otra parte, nuestro mundo global, por configuración, pluralidad de actores y potencia armamentística, favorece que las guerras se eternicen, como ocurre en Siria, donde hay niños que solo han visto el tiempo de la guerra. 

Hay que escuchar el "grito de la paz" que se eleva de varias partes del mundo. Estos días son también días de oración y espiritualidad. La oración es hermana del grito de dolor de quienes sufren la guerra y la pobreza. Cada grito y cada invocación expresan el deseo de un futuro más humano. 

El encuentro de estos días es fruto de una historia que quisiera evocar brevemente. Venimos de lejos. Como Comunidad de Sant’Egidio, que nació en 1968 entre jóvenes, pobres y periferias. Como amigos del diálogo, venimos del gran siglo que fue el siglo XX, que también fue tiempo de terribles conflictos. Nunca hemos compartido la desmemoria exaltada del presente. Escribía Hannah Arendt: "memoria y profundidad son lo mismo, o mejor dicho, el hombre solo puede alcanzar la profundidad a través de la memoria". La profundidad es un recurso de libertad frente a los prepotentes simplificadores de nuestro tiempo que, en realidad, es muy complejo; de hecho, no se puede explicar con simplificaciones.

Las religiones no son fósiles que la modernidad y el pensamiento científico terminarán por enterrar, como creía gran parte del pensamiento público occidental. Son organismos vivos: recogen los anhelos de comunidades arraigadas en las tierras, que están cerca del dolor, de la alegría y del sudor de las personas. He visto la oración de personas desesperadas en lugares inhumanos o en los terribles viajes de los refugiados. Las religiones no se encierran en una burbuja como hacen muchas instituciones. Normalmente se quedan en la tierra y en las casas: la sinagoga, la iglesia, la mezquita, el templo. Por eso cuando se quiere humillar el alma de un pueblo, se destruyen sus lugares sagrados y se viola a sus mujeres.

Hemos sido testigos de un cambio: el encuentro de 1986 de Asís, patria de san Francisco. Allí Juan Pablo II propuso una visión: las religiones, no una contra otra, sino juntas y rezando por la paz. Era una visión que superaba la ignorancia recíproca y los conflictos entre creyentes. Todavía era el tiempo de la guerra fría. Juan Pablo II miró más allá e intuyó que cada religión, cuando tiende a la paz, da lo mejor de sí misma. 

Para nosotros Asís en 1986 fue una visión inspiradora. Un mensaje que preparaba la globalización en la perspectiva de un destino común en la diversidad. Hemos intentado ser fieles a esta visión. La expreso con palabras de la antropóloga francesa Germaine Tillion, que sobrevivió a los campos de concentración nazis: «Todos parientes, todos diferentes». 

Durante 35 años hemos continuado, hasta aquí, el camino del diálogo con encuentros, conociéndonos, creando una red de amistad y de intercambio, haciendo escala en varios lugares del mundo, reuniendo a figuras espirituales sabias, a buscadores de paz, almas inquietas y laicos reflexivos. Siempre confrontándonos con la realidad histórica, humana y política del momento. El diálogo, incluso cuando es sobre el Eterno, tiene lugar en la historia concreta. En este itinerario las palabras son importantes, pero también los hechos: por ejemplo, se hizo la paz en Mozambique, tras una guerra que provocó un millón de muertos, una paz que se negoció hace treinta años, en 1992, en Roma, en Sant'Egidio.

La caída del muro y la globalización abrían un tiempo para hacer realidad las esperanzas del siglo XX. Todo –desde la economía hasta las finanzas o los medios de comunicación– se unificaba, abriendo así una belle époque global. En buena parte se dejaba de lado negociar con la globalización ganadora, porque se le asignaba un papel de providencia. 

Las religiones son "las globalizaciones originales", escribe Miroslav Volf, profesan valores universales y creen en una única familia humana. La globalización sigue siendo una gran ocasión para quien apuesta por el diálogo. ¡Pero hay que emplearse a fondo! Compartimos plenamente lo que usted mismo, señor Presidente Macron, dijo en 2018 en los Bernardins: "Actualmente no hay nada más urgente que aumentar el conocimiento mutuo de los pueblos, de las culturas y de las religiones". 

Es cierto, el nuevo gigante global necesita una alma. El alma crece en el diálogo, en la amistad, en la oración. "¿Quién es realmente sabio?", se preguntaba en el siglo II un discípulo del rabino Akivá. Y contestaba: "Aquel que aprende de todo hombre". Diálogo y escucha son la estructura fundamental de las tradiciones religiosas. Diálogo con Dios: la oración; con los textos sagrados; diálogo con todos, porque –como escribía el poeta ruso de origen ucraniano Evtusenko: "en el mundo no existen hombres no interesantes". El papa Francisco, en una visita a Sant'Egidio de hace años, exclamó con preocupación: "El mundo se ahoga sin diálogo".

Sin embargo, algunas comunidades religiosas se han cerrado y, aquejadas de autosuficiencia, se han separado de la historia común. Por otra parte, los avances de religiones antiguas en ocasiones son cautos. Algunos sectores religiosos han sacralizado las identidades nacionales. Otros, por desgracia, han perdido el alma con la violencia, el terrorismo y el radicalismo, y se han alejado de la religión, aunque se presentan como una religión auténtica. Esto es un drama para todos. 

El mundo global ha traído la paz, pero también ha provocado mucha guerra. Desaparecía la generación de la Segunda Guerra Mundial y de la Shoá en un mundo que fácilmente olvida. Con el paso de los años, la gente se ha ido acostumbrando a la idea de que la guerra es una compañera natural de la historia. Se ha ido atenuando aquel patrimonio de tensiones, que eran una herencia del siglo XX y que tendían a unir los destinos más allá de las fronteras. Giorgio La Pira, que dio inicio a los diálogos mediterráneos, las llamaba "tensiones unitivas", es decir, tensiones a la paz, al ecumenismo, a la responsabilidad con los mundos más pobres, la cooperación por una justicia planetaria. Esto ocurre hoy, precisamente mientras la crisis de la tierra revela, con una indiscutible evidencia, que tenemos un solo destino: "estamos todos en la misma barca", dijo el papa Francisco durante la pandemia.

«Estamos todos en la misma barca». El maliense Lassana Bathily, que presenció los atentados terroristas de París de 2015 en el supermercado kosher, cuando unos presuntos musulmanes asesinaron a judíos y a otras personas, salvó a algunos judíos: "Sí, ayudé a los judíos", dijo. "Somos todos hermanos. No es cuestión de si somos judíos, cristianos o musulmanes, porque estamos todos en la misma barca". Desde el inmigrante maliense hasta el Papa de Roma, la idea de que tenemos un destino común circula entre los mundos religiosos y entre la gente. 

Esta idea son los recursos por una imaginación alternativa que dibuje una visión de paz ante pensamientos cansados y resignados. Sin imaginación alternativa, quedamos encerrados en un presente sin esperanza, destinados a sufrir la iniciativa de los demás o su prepotencia. ¿Es una utopía? ¿Un sueño? La imaginación es una visión que se ofrece a todos. En el recuerdo encontramos elementos y energías para una visión de paz. Una política realista necesita una visión más amplia en la que moverse. La esperanza empieza rechazando una lectura ya conocida del presente, sin mirar más allá. El verdadero realismo necesita esta visión. Usted, señor Presidente Mattarella,  dijo hace poco en Asís: "No nos rendimos ante la lógica de guerra, que quema la razón y la vida de las personas y lleva a intolerables crescendos de muerte y devastación. Que hace que el mundo sea cada vez más pobre y puede incluso llevarlo a la destrucción”.

Pero todo esto no es tan evidente. Los que están saciados no saben soñar. Los que tienen miedo temen los sueños y las visiones. Saciedad y miedo llevan a multiplicar las defensas, a proteger los espacios, a fortificar las identidades, a atacar arbitrariamente, a hablarse con dureza, a abrir guerras sin fin. 

Esta situación lleva a imaginar visiones de paz con mayor audacia. Una imaginación profética o poética –una visión, al fin y al cabo– es muy necesaria en un tiempo encajonado entre pocas alternativas. Cuando las mentes y los corazones se abren, nacen caminos para responder al grito de la paz. Quisiera terminar con un poeta, Muhammed Iqbal, llamado "el padre espiritual de Pakistán". Son palabras de una poesía titulada El Destino de 1923:

"¡Ten la osadía de crecer, atrévete! ¡El espacio no es tan pequeño!

¡Hombre de Dios! ¡No es pequeño el espacio del reino de los cielos!".

No, el espacio es mayor de cuanto creemos:  la realidad es más amplia de como la representan los realistas, los asustados y los agresivos.