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Emilce Cuda

Théologienne, Secrétaire de la Commission pontificale pour l'Amérique latine, Saint-Siège
 biographie

El diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la justicia y la paz. Aportes desde el Papa Francisco a los sueños sociales

 

Ante todo quiero expresar mi agradecimiento por la generosidad de invitarme a este gran Encuentro Sinodal por la Paz. Me siento muy honrada de participar, en especial en este panel ecuménico e interreligioso.

Quiero compartir con ustedes el sueño de justicia social que el Papa Francisco nos propone como garantía de una paz global y sostenible, es decir: la paz social como fruto del diálogo entre todos los hermanos y hermanas, hijos de un mismo Dios Padre. Por eso mismo, lo haré a partir del diálogo ecuménico e interreligioso.

Esto no es una cuestión menor si tenemos en cuenta el contexto que atravesamos de crisis civilizatoria socio-ambiental (Cf. LS 139), agravado primero por la pandemia de Covid-19 y luego por la guerra. Son tiempos de desolación para la humanidad, pero por la virtud teologal de la esperanza podemos ver que Dios “está haciendo algo nuevo”, como nos dice el profeta Isaias (Is. 43,19).

Hermanos, a los creyentes, no nos mueve la ingenuidad, sino la gracia. Por eso, podemos: ver la tragedia, discernir desde la fe, y actuar por la justicia.

Los sufridos pontificados de Benedicto XV y de Pío XII estuvieron signados por la Primera y la Segunda Guerra Mundial, respectivamente. Ahora, a Francisco, le toca liderar a los católicos en un tiempo de tribulación para la familia humana. Desde que asumió en 2013, el Papa viene hablando de una “Tercera Guerra Mundial en etapas”. Dice que “En nuestro mundo ya no hay sólo ‘pedazos’ de guerra en un país o en otro, sino que se vive una “guerra mundial a pedazos”, porque todo está conectado (FT, 25 y 259). El conflicto armado que se vive en Europa no es el único; en otras latitudes hay conflictos dramáticos que ya llevan años, como en Siria, o Haití, ejemplos de los distintos tipos de guerra a los que hace referencia el Santo Padre.

Debemos incluir también el drama que atraviesan los trabajadores, víctimas de las distintas guerras, forzados a migrar. Porque migrantes y refugiados no son meras categorías  quirúrgicamente aisladas del sistema productivo que causa la guerra en cualquiera de sus formas. Los trabajadores migrantes no aparecen ahí, de la nada, solo para dar espacio a la práctica caritativa del ‘asistencialismo’, de manera individual y privatizada. Por el contrario, los migrantes son la consecuencia de un sistema que mata, y su sola presencia constituye el reclamo de la práctica caritativa de “lo político”, de manera comunitaria y estatizada. Los trabajadores, hoy descartados, son tratados como migrantes y refugiados sui generis, sin embargo, la misma causa que los descarta está detrás de la guerra: se llama extractivismo.

Como dice el Papa, los mártires ya no son solo individuos criminalizados, son “pueblos martirizados”. Curiosamente, a los pueblos no se los martiriza por lo que hacen, sino por lo que tienen, es decir: por las riquezas que Dios les dio “para que tengan una vida buena y en abundancia” (Jn 10,10).

En el cristianismo siempre se ha empleado el término “mártir” (que quiere decir “testigo”) para quienes defendieron su fe en Cristo hasta perder la vida por ello (desde las persecuciones en el Imperio Romano, hasta las los regímenes  totalitarios del siglo XX, como bien saben en Europa y América Latina. Prestemos atención, por ejemplo, cuando el Papa se refiere a la “martirizada Siria” o la “martirizada Ucrania”, eso tiene gran hondura. 

Pero, ¿Cómo parar esta guerra? ¿Denunciando la injusticia social que oculta? Sin embargo, parece que eso no es bien recibido. Recordemos lo que el libro de la Sabiduría nos advierte cuando dice: ‘Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibidos” (Sb. 2, 12).

 ¿Qué podemos hacer, entonces, para terminar con el sufrimiento del inocente, si la denuncia no es bien recibida? Dice Francisco: ser creativos. A imagen del Padre, creador y cuidador, debemos ser creativos y cuidadores, y para eso, es necesario atreverse a soñar, como nos pide en Querida Amazonía. Soñar significa moverse para “convertir la pasión, acción comunitaria”, como dijo en su II Discurso a los Movimientos Populares.

Entonces, hermanos en la fe, Soñemos juntos, para frenar esta y todas las guerras. Soñemos con los ojos abiertos. Soñemos con la cabeza, con el corazón y con las manos, como nos pide Francisco. Pero: ¿cómo soñar juntos? Comencemos por tomar la decisión de unirnos.

Me vienen a la memoria las significativas palabras de Francisco al recibir el premio Carlomagno a la unidad europea, cuando dijo: “Hoy urge crear «coaliciones», no sólo militares o económicas, sino culturales, educativas, filosóficas, religiosas. Coaliciones que pongan de relieve cómo, detrás de muchos conflictos, está en juego con frecuencia el poder de grupos económicos. Coaliciones capaces de defender a las personas de ser utilizadas para fines impropios. Armemos a nuestra gente con la cultura del diálogo y del encuentro” (6/05/2016). Eso es soñar con la cabeza, con el corazón y con las manos. Ese es el sueño social el que puede frenar esta y tantas guerras. La estrategia de las religiones es la unidad.

Ahora bien, Francisco nos dice que la crisis civilizatoria no la podemos arreglar solamente los católicos, pero tampoco solamente desde el diálogo ecuménico e interreligioso. Hay que convocar a todas y todos los trabajadores -porque todos, a imagen de Dios somos trabajadores, porque imitamos su creatividad-; convocarlos a la unidad para construir la cultura del encuentro, es decir, la fraternidad social en clave poliédrica (FT 215). Como dice Francisco en Laudato Si, no hay un fatalismo histórico al que debamos sucumbir, sino una salvación que se da en clave comunitaria (LS149), porque “nadie se salva solo” (FT 32, 54). 

En la segunda de las catequesis sociales del ciclo Sanar el mundo, el Papa habló de dos tentaciones: la indiferencia y el individualismo.[2] En su discurso por el 75º aniversario de la Organización de las Naciones Unidas mencionó una tercera tentación, que alude de lleno a la vida social: el elitismo.[3] En esa oportunidad el Papa le habla a otro tipo de trabajadores: los líderes mundiales, quienes -sin lugar a dudas- están en una posición aventajada respecto a la toma de decisiones sobre la vida y la muerte. Les dijo que toda elección tiene dos caminos posibles: el camino que conduce al fortalecimiento del multilateralismo, de la corresponsabilidad mundial, de la solidaridad fundamentada en la justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana; y el camino que conduce a la autosuficiencia, el nacionalismo, el proteccionismo, el individualismo y el aislamiento, dejando fuera a los más pobres -que hoy son más de la mitad de la familia human, aunque se los siga llamando “minorías”, como señala el Cardenal Tagle. Francisco advierte a los líderes que, elegir este último camino, “ciertamente será perjudicial para la entera comunidad, causando autolesiones a todos”.[4] 

Entonces, si queremos frenar esta guerra, no podemos seguir ignorando que dicha tragedia, como dice el Santo Padre, tiene como causa primordial “la negación de todos los derechos”, porque impide a los pueblos la libertad política, la soberanía económica, pero también la justicia social -además de la dramática agresión al medioambiente del que todos los pueblos necesitan para sobrevivir.

Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, no se puede empujar a los pueblos a la guerra, por el contrario, dice Francisco, “se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos” (FT  257). Denuncia que “fácilmente se opta por la guerra detrás de todo tipo de excusas supuestamente humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo incluso a la manipulación de la información”, y que “en las últimas décadas todas las guerras han sido pretendidamente ‘justificadas” (FT 258). Incluso agrega que “hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’” (FT 258).

Finalmente, hermanas y hermanos, como dice Franciso, “Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado”, porque la guerra “es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”. Y porque es una derrota ante las fuerzas del mal, toda guerra es nuestra guerra, si somos creyentes. Por eso el Papa nos dice que “no nos quedemos en discusiones teóricas”, nos pide que “tomemos contacto con las heridas”, que “toquemos la carne de los perjudicados”. La contemplación no puede ser un mero placer estetizante; se trata de “contemplar a tantos civiles masacrados como ‘daños colaterales’ [de todos los tipos de guerras, que siempre son guerras económicas]. Animémonos a discernir por nosotros mismos, no le regalemos el juicio soberano a los nuevos teólogos de la opinión pública que nos dicen: qué es la verdad y de qué lado está. No nos dejemos robar la esperanza ni la Palabra. Recuperemos nuestra condición soberana de teólogos para interpretar la verdad, como Pueblo de Dios que somos. Esa condición de sujetos jurídicos que recibimos por gracia de Dios nos habilita a discernir, no qué es la verdad, sino: dónde está la verdad.

Para eso el Papa Francisco nos dice: “preguntemos a las víctimas'', “prestemos atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto”; y asegura que “no nos perturbará que nos traten de ingenuos por elegir la paz”, porque habremos sido testigos de la verdad; habremos visto, oído y tocado a la verdad en la carne sufriente de las víctimas, y por eso  podremos dar testimonio de la verdad en primera persona (Cf. FT 261), sin necesidad de la interpretación de los falsos profetas.

Según Francisco, “para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la ‘mejor política’ puesta al servicio del verdadero bien común” (FT 154). La mejor política es la política encarnada, es decir, “popular”, la que opta preferencialmente “con” el pueblo-pobre-trabajador-descartado-migrante. ¿Por qué es esa la mejor política? Porque  se pone en movimiento para: hacer de la pasión, acción comunitaria; para institucionalizar la justicia social como “principio rector de la economía” y garante de la paz (Cf. FT 157, 164). Como decía Pío XI, “conviene que las instituciones públicas y toda la vida social estén imbuidas de esa justicia, y sobre todo es necesario que sea suficiente, esto es, que constituya un orden social y jurídico, con que quede como informada toda la economía” (Quadragesimo Anno nº 88).

Por eso mismo, lo contrario de la guerra es el “amor político”. “Peace and love” se repite en el mundo, pero: ¿de qué amor estamos hablando? ¿Qué tipo de amor puede garantizar esa paz? El amor social, según Francisco. Amor o caridad es “acompañar a una persona que sufre, pero también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento”. Eso es amor político; y es algo muy distinto del asistencialismo ONGista; este último es la privatización del amor. El amor político es público, es el cuidado del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que somos todos. Un pueblo que es una comunidad organizada como Estado en todos sus niveles, de manera subsidiaria, movilizándose por institucionalización de derechos sociales y ambientales, controlando que sus gobiernos no caigan en la corrupción ni el totalitarismo. La caridad como amor político se manifiesta bajo la forma de leyes y políticas públicas que garanticen: el acceso universal a los bienes comunes creados y desarrollados tecnológicamente; y también el acceso de todos los sectores sociales a los procesos de decisión sobre los modos de producción, consumo y reinversión de las riquezas que Dios nos donó para que todos tengamos vida (jn 10,10). Lo contrario, es la guerra en todas sus formas.

Si me preguntan cómo parar esta y tantas guerras, les diré: con justicia social, única garantía de la paz sostenible. No se trata de asistir a las víctimas con comida, se trata de crear  trabajo digno, y el sueño social es el dinamo que enciende la máquina de la creatividad para lograrlo.

En la perspectiva de Francisco, apoyado en “la doctrina moral católica, siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino”, ese amor político se debe traducir en “actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias” (FT 186). Hermanos, donde hay comercio justo y trabajo digno, no hay guerra ni revolución; esto es una constante en la historia.

Retomando y desarrollando los señalamientos de Juan XXIII en Pacem in Terris, y Benedicto XVI en Caritas in Veritate, explica Francisco, en siglo XXI asistimos a un “escenario de debilitamiento del poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política”. Esta situación, según Francisco, reivindica la necesidad imperiosa de “la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas” (FT 172); y solicita una reforma «tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones»” (FT 172-173).

En el 60º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, considero pertinente recordar los lineamientos que se dieron en materia de diálogo ecuménico e interreligioso, para buscar juntos ahora las soluciones creativas que detengan esta y todas las guerras. Ya hemos rezado juntos en los encuentros de oración por la paz en el mundo. Ahora, el Papa Francisco nos invita a soñar juntos: con la cabeza, con el corazón y con las manos. Francisco, en 2016, habló del “paganismo de la indiferencia”.[5] Por eso considero que el sueño debe ser social. Soñemos cómo crear trabajo digno para nativos y migrantes, para obreros, campesinos, cuidadores y empresarios. Si, también para los empresarios debemos crear trabajo digno, porque el extractivismo de riquezas y utilidades, la venta ilegal de armas, la manipulacion cientifica, la evasion impositiva, la fuga de divisas y la trata de personas: indigna. El trabajo digno es el primer organizador social, es el primer factor de estabilización.

Según Francisco, las religiones están “al servicio de la fraternidad en el mundo”, porque, al ser todos hijos de un mismo Padre, somos todos hermanos en la carne (FT  Cap. 8).  Así como al comienzo hablaba de pueblos martirizados, las actuales persecuciones a los cristianos hacen que Francisco hable del “ecumenismo de la sangre”[6], puesto que ante el terrorismo, la fe en Jesús es vista como una amenaza, ya se trate de personas, familias y comunidades que sean católicas, protestantes, ortodoxas o pentecostales. El terrorismo no hace las distinciones que muchas veces, y lamentablemente, surgen desde nuestras propias comunidades religiosas por no entender que la politica es la forma mas alta de caridad.  En America Latina, el terrorismo de Estado no distinguio entre misioneros y militantes, puso ambos en las mismas fosas comunes; y hoy las mafias del narcotrafico -la guerra en nuestro continente-, repite esa misa practica sin distincion.

Soñemos juntos, porque: o nos unimos o nos hundimos. Francisco hizo gestos de unidad: el pedido de perdón a los valdenses; la reunión con el Patriarca Kiril en Cuba; la conmemoración del 500º aniversario de la Reforma Protestante. Las palabras de Francisco en el reciente VII Congreso de Líderes de religiones mundiales y tradicionales, en Kazajistán, el Papa señaló:

(I) Que “Los creyentes [..] además de sensibilizarse sobre nuestra fragilidad y responsabilidad, están llamados al cuidado; a hacerse cargo de la humanidad en todas sus dimensiones, volviéndose artesanos de comunión”.

(II) Se pregunta “¿cómo emprender una misión tan ardua? ¿Por dónde comenzar?” Y responde: “Por escuchar a los más débiles, por dar voz a los más frágiles”, porque “mientras sigan haciendo estragos la desigualdad y las injusticias, no cesarán virus peores que el Covid”.

(II) Dice que el segundo desafío global que interpela de modo particular a los creyentes es ”el desafío de la paz”; y que “se necesita un sacudón” y se necesita “que venga de nosotros”. (III) Se pregunta: ¿cómo podemos nosotros, que nos profesamos creyentes, consentir que [la vida humana] sea destruida? Y, ¿cómo podemos pensar que los hombres de nuestro tiempo [...] estén motivados a comprometerse en un diálogo respetuoso y responsable, si las grandes religiones, que constituyen el alma de tantas culturas y tradiciones, no se comprometen activamente por la paz?

(IV) Sostiene que “No habrá paz [...] sin una justicia que asegure equidad y promoción para todos [...], sin pueblos que tiendan la mano a otros pueblos. No habrá paz mientras los demás sean ellos y no parte de un nosotros. No habrá paz mientras las alianzas sean contra alguno, porque las alianzas de unos contra otros sólo aumentan las divisiones”.

(V) Enfatizó que “la Iglesia católica, no se cansa de anunciar la dignidad inviolable de cada persona, creada ‘a imagen de Dios’ ”.

Éramos en la carne: Soñemos juntos un sueño social, porque tenemos la fuerza sobrenatural de la esperanza de que, como dice San Pablo: “allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20).