7 September 2009 09:30 | Aula im Collegium Maius UJ

Intervención



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1.    Un cambio de época en la historia del cristianismo.

Numerosos síntomas nos indican que, en la historia del cristianismo, hemos entrado en un cambio de época. "El siglo pasado –ha escrito el profesor Andrea Riccardi- ha sido el más secularizado de la historia. Pero en el alba del siglo XXI continúan existiendo comunidades de creyentes. El cristianismo no está muerto, sino que emergen numerosas expresiones de religiosidad  y de misión en su seno.
La pregunta que, en forma de dilema, nos podemos hacer en este momento, considerando la realidad cristiana en nuestro continente europeo, es la siguiente: ¿estamos ante el final del cristianismo o estamos al final de una época en la que el cristianismo ha vivido una forma de presencia determinada en su inserción en la vida social? Dicho con otras palabras, ¿"somos nosotros los últimos cristianos", para decirlo con el conocido título del teólogo Tillard, o sólo estamos al final de la llamada "cristiandad", entendida como un modelo de relación entre el cristianismo y la sociedad?
Nuestra respuesta creo que puede ser: estamos al comienzo de una nueva época, y por tanto en el ocaso de aquella que hemos dejado, pero el cristianismo está vivo. El cristianismo está comenzando, aunque sea desde una realidad minoritaria. No estamos asistiendo a la agonía del cristianismo, al final de una larga historia, en una tierra europea que había estado cristianizada hasta sus raíces, pues fue su misma matriz, en la que quedarían algunas islas de cristianismo, casi como realidades meramente residuales.
El ocaso de la "cristiandad" no es el ocaso del cristianismo. Ocasos diversos los ha conocido la historia cristiana y más dramáticos que el actual.  Pensemos en San Agustín y en el final del mundo romano. Pensemos en el final de la Edad Media, clon toda su grandeza, y en el nacimiento de las órdenes mendicantes –franciscanos y dominicos- como un esfuerzo imaginativo de nueva presencia del cristianismo en una sociedad que cambiaba profundamente.
En su libro "Dios no tiene miedo", el profesor Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, aporta esta confesión del padre Alexander Men, presbítero ortodoxo ruso, muerto en 1990, en circunstancias oscuras. "En realidad, el cristianismo está haciendo sus primeros pasos, tímidos, en la historia del linaje humano. La historia del cristianismo todavía está comenzando".


2.    Todo el mundo es tierra de misión

Ahora bien, no hay comienzos fáciles en la historia de la fe cristiana. Bien lo sabemos. Y en realidad, lo estamos experimentando. El descenso de la práctica religiosa en casi toda Europa, la creciente secularización, el fenómeno de la llamada "exculturación", como esfuerzo por superar los postulados la antropología cristiana, un laicismo que tiende a reducir la fe y sus expresiones al sólo ámbito privado de la conciencia individual, nos hablan de una "agonía del cristianismo" –para decirlo con el título del español Miguel de Unamuno, agonía no el sentido de muerte de la fe, pero sí en el sentido de lucha y de esfuerzo de ésta para encontrar su inserción en el mundo de hoy.
Permítaseme aquí, la referencia a un hecho de mi diócesis de Barcelona. En los días 17 a 19 de enero de 2008, celebramos un Congreso Internacional de Teología Pastoral en nuestra ciudad, con motivo del 40 aniversario de la fundación de la Facultad de Teología de Cataluña y del Centro de Estudios Pastorales de las diócesis catalanas. Este hecho evocó, en quienes ya somos algo veteranos en el camino de la vida, el recuerdo de tres libros que nos marcaron profundamente en nuestra juventud: France, pays de mission?, d’Henri Godin y Ivan Daniel (parís, 1943), Problèmes missionaires de la France rurale, (2 vols), de Fernand Boulard (parís, 1945), y Paroisse, communauté missionaire, de Georges Michonneau (París 1946).
Las tres obras son de la década de los años 40 del siglo pasado. Pero aquel aldabonazo encontró un eco creciente, en Francia y fuera de ella, y es justo recordar que recibió el apoyo de prelados de la Iglesia, como el cardenal Emmanuel Suhard, arzobispo de París, y la sintonía de los sacerdotes –pensemos en los sacerdotes obreros- y de los religiosos, religiosas y laicos, en los movimientos y consiliarios de los movimientos de Acción Católica.
Esta sensibilidad fue madurando en la Iglesia y encontró su eclosión y su orientación autorizada sobre todo en el Concilio Vaticano II, que ofreció a la Iglesia las claves y su carta de navegar para su inserción en la modernidad.
Les ruego que me permitan una autocita. En la asamblea de mi diócesis, celebrada en Barcelona el pasado 6 de junio, se presentaron los tres objetivos pastorales diocesanos para los próximos tres años, concretados después de varias consultas a todos los estamentos de la diócesis. Los objetivos son estos tres: 1. Conocer, celebrar y vivir la Palabra de Dios; 2. Crecer en la solidaridad en medio de la crisis económica; y 3. Participación de los inmigrantes en las comunidades cristianas.
Estos tres objetivos los situé en el marco de una pastoral toda ella inspirada i dinamizada por la voluntad misionera. Y por ello dije lo que sigue. "Hemos de ser muy sinceros y objetivos. Todos hemos de asumir plenamente que nuestra situación, en estos comienzos del siglo XXI, es de misión. Y lo hemos de asumir con coraje. No temamos ante el mucho trabajo que tenemos para evangelizar y para hacerlo debidamente (…) Anunciemos con alegría y convicción a Jesucristo. Tengamos el coraje necesario para entregarnos al objetivo de la nueva evangelización y también para dejarnos evangelizar más plenamente nosotros mismos".  

3.    Vivir y evangelizar en la pluralidad religiosa

En cada época y en cada día, la Iglesia ha de retornar a su Señor y a su Evangelio, porque en él, por la gracia del Espíritu Santo, está la fuerza y la juventud de la Iglesia. Una fuerza que se manifiesta en la debilidad , en la fragilidad, porque esta es la gran paradoja del camino de la Iglesia en la historia e incluso en el camino de todos los creyentes. "Llevamos un tesoro en vasos de arcilla". Lo hemos recordado con motivo del año jubilar de San Pablo, en el bimilenario de su nacimiento.
Por eso, nos sentimos a la vez fuertes y frágiles ante los retos del cristianismo contemporáneo. Y cito de nuevo al profesor Riccardi para decir que "el gran reto del cristianismo contemporáneo es vivir en la pluralidad religiosa". El siglo XX –y podríamos decir: también el siglo XXI- representa un siglo en que el cristianismo hace una experiencia decisiva e inédita en relación con las demás Iglesias y comunidades cristianas y en relación con las otras religiones.
Sobre todo desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católico-romana mantiene un notable esfuerzo de encuentro con los otros mundos cristianos mediante el ecumenismo, que ha logrado considerables resultados,  y con las grandes religiones mundiales.
En el horizonte del Estado confesionalmente cristiano –de la llamada "situación de cristiandad"- en el que las instituciones cristianas estaban como impregnadas por el cristianismo y por las Iglesias, reconocidas como religión pública y oficial, no había espacio para los otros mundos religiosos. Pero ahora, en estos comienzos del tercer milenio, las Iglesias y comunidades cristianas estamos llamados a hacer la experiencia de vivir en la pluralidad religiosa. Esta es la actualidad y la urgencia del tema de  este encuentro de la Comunidad de Sant’Egidio aquí en Cracovia.

4.    Pautas para vivir y convivir en la pluralidad

El Concilio Vaticano II fue profundamente innovador  con respecto a los otros mundos, religiosos o seculares, y ofreció nuevos esquemas de relación con los no cristianos, los laicos y los no creyentes. Tres documentos son de gran actualidad a este respecto: la declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae, la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, Gaudium et Spes y la declaración sobre las religiones no cristianas, Nostra aetate.        
Aquí en la Iglesia local de Cracovia, donde tantas cosas nos recuerdan la figura del gran Papa Juan Pablo II, y donde estamos siendo acogidos por quien fue su fiel secretario y ahora es el abogado de su memoria, el cardenal Stanislaw Dziwisz, es oportuno recordar el memorable Encuentro Interreligioso de octubre de 1986 en Asís, entonces no comprendido por todos, pero que ha marcado una pauta providencial en el camino eclesial de vivir en la pluralidad.
El mismo Juan Pablo II indicó las pautas para recorrer este camino. En un de sus encíclicas sociales afirmó que "la articulación pluralista de la sociedad y la representatividad de sus fuerzas vitales" responden a la realización del principio de subsidiariedad", tan importante en la doctrina social cristiana. (Centessimus annus, 48). El bien común depende, incluso en el orden político, de un sano pluralismo social. Indicaré algunas, esperando que los miembros de la mesa, quieran completarlas, matizarlas y ayudarnos en su aplicación práctica.
Pero, ante todo, quisiera dejar patente una convicción: quien se acerca a pensamiento social cristiano descubre en éste una innata simpatía en favor del pluralismo, de los cuerpos intermedios, a la luz del principio de subsidiariedad,  y en general a favor del dinamismo y de la acción de los colectivos que forman la sociedad civil

4.1. Respetar las identidades ajenas y vivir la propia identidad.

Respetar las identidades nos indica una nueva vivencia del camino de la fraternidad, tanto intercristiana como interreligiosa. Para ambas vale lo que decía Juan XXIII: que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Con los hermanos cristianos de las Iglesias con las que aún no vivimos una plena comunión, nos unen muchas cosas. Y con los hermanos de las grandes religiones nos une el sentido del misterio del universo, de la vida y de la persona humana, y la búsqueda y la vivencia de grandes tesoros de sabiduría como respuestas a este misterio que nos envuelve.
Al tiempo que respetamos las identidades de los hermanos, estamos llamados a vivir arraigados en las fuentes de la propia identidad, en las riquezas del a propia espiritualidad, sobre todo mediante la propia espiritualidad.
¿Cómo puede dialogar verdaderamente quien no tiene conciencia de su propia identidad? Puedo decir que esta afirmación de la vivencia profunda de la propia identidad como condición para un verdadero diálogo es uno de los puntos más comunes y reiterados en mi ministerio episcopal. Lo digo aquí como una confesión personal, que no como una originalidad, porque considero que es una afirmación que se impone tanto pro su evidencia teórica como por las enseñanzas de la vida práctica.

4.2 Respetar las diferencias

Insisto en este aspecto, porque me parece que tiene una importancia crucial y no sólo en el ámbito religioso. Para poder respetar debidamente la identidad de los demás, es indispensable que hagamos un discernimiento de la posición mental y espiritual de nosotros mismos ante esa identidad diferente de la mía.
Tendemos a ver al diferente y a las diferencias no como enriquecimientos sino como amenazas.  Pero debemos verlo como un enriquecimiento. Sólo con esta actitud –que no es un logro que se pueda alcanzar en un día- la identidad y la diversidad, vividas con inteligencia y con fe, podrán ayudar a enriquecer el mundo contemporáneo aportándole aquel tan necesario "suplemento de alma".
Deseo subrayar el ejemplo de respeto a las diferencias que dio el Encuentro interreligioso de Asís y los encuentros sucesivos, promovidos por la Comunidad de San’Egidio, en los que, como en el presente, la diversas religiones y las diversas Iglesias y comunidades cristianas viven una verdadera fraternidad, orando unas al lado de las otras, no unas contra otras, en un común deseo de contribuir a la paz para que ésta sea una realidad en los íntimo del espíritu de cada hombre o mujer religioso y en relaciones entre los pueblos de la tierra.
Benedicto XVI, en su reciente carta encíclica de tema social ha escrito una frase que ha suscitado el interés de los medios de comunicación: "La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos". Y añade que la fraternidad entre los hombres, a pesar de sus diferencias, sólo puede nacer de la fe en la paternidad universal de Dios, el Dios Padre de todos, creador del hombre y la mujer a su imagen y semejanza (Caritas in veritate, n. 19).


4.3 Evitar discriminaciones y colaborar al servicio del desarrollo y la paz.

El Vaticano II, en su declaración Nostra aetate, se propuso sobre todo mostrar lo que los hombres y mujeres de las distintas religiones tienen en común para promover la convivencia, el diálogo y la colaboración entre todos. En este sentido, la declaración conciliar tuvo una intención eminentemente práctica. No obstante, algunas de sus afirmaciones tienen un rico contenido doctrinal, en cuanto que fomentar una visión básicamente positiva de las grandes religiones –que enumera expresamente-. He aquí un ejemplo de lo que deseo expresar: "La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (Nostra aetate, 2).
Una clara referencia implícita a la aceptación del pluralismo religioso, viendo en las demás religiones sus valores, el Concilio hizo esta afirmación: "No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios (…) Así se suprime el fundamento de toda teoría praxis que introduce discriminación entre un hombre y otro, entre un pueblo y otro, en lo relativo a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan. La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo, cualquier discriminación o vejación por motivos de raza, de condición o religión" (Ibidem, n. 5).
Asimismo, el documento exhorta a los hijos e hijas de la Iglesia a que, "con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, reconozcan guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales que se encuentran en ellos" (Ibidem, n. 2). Cada país ha de descubrir las cuestiones sobre las que es más oportuno que trate esta colaboración interreligiosa, pero evitar discriminaciones y fomentar el desarrollo, intentar la superación del subdesarrollo y asegurar las necesidades básicas, sobre todo alimentarias y la causa de la paz aparecen como prioridades de valor universal en el mundo de hoy.
Creo providencial, en este sentido, que hayan surgido en muchos lugares plataformas interreligiosas. En nuestra diócesis de Barcelona actúa un Grupo de Trabajo Estable sobre las Religiones (GTER), en el que está representada también la Iglesia católica.
Un punto concreto en el que seguramente hemos de reflexionar y trabajar todavía es el de las "conversiones" o la libertad de las personas de cambiar de pertenencia religiosa o de adherirse a una de ellas. Me parece que es una cuestión compleja y todavía abierta a ulteriores reflexiones por parte de todos. 



4.4 Laicidad del Estado y respeto a las actividades religiosas

Deseo también referirme brevemente al aspecto de la incidencia de la pluralidad religiosa en las relaciones entre las instancias religiosas y los Estados. La mayoría de Estados de la Unión Europea, en la actualidad, viven, en cuanto a las relaciones entre la religiones y el Estado en el sistema llamado "no confesional", que es cada vez más la norma común.  En este punto es de gran importancia la idea que se aplique de la "no confesionalidad" o de la llamada "laicidad". Juan Pablo II y Benedicto XVI han aportado una gran claridad en esta cuestión y algún destacado político actual ha aportado la llamada "laicidad positiva". La misma expresión ya nos indica que constituye la corrección de una línea que cabría definir, por contraste, como "laicidad negativa".
Escuchemos a Juan Pablo II que habló de la laicidad estatal en el contexto de una sociedad pluralista: El principio de laicidad comporta el respeto a toda confesión religiosa por parte del Estado, "que asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de los creyentes. En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación  entre las diversas tradiciones espirituales y la nación" (Discurso al Cuerpo Diplomático, 12/01/2004).
Muy distinta es la actitud, que todavía perdura, del laicismo intolerante con las religiones, que combaten toda forma de relevancia política  de la religión, olvidando que si el Estado es aconfesional, la sociedad, en cambio, no lo es.
Otro aspecto de esta cuestión es el del llamado pluralismo de opciones políticas de los cristianos, dentro de la coherencia con los postulados morales. Asó lo recordó el Vaticano II y el Papa Pablo VI al decir que "una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes" (Gaudium et Spes, 43, y Octogesima adveniens, 50). Esto demanda, en el interior de las comunidades cristianas, una ascesis del respeto a las diferencias de opciones, dentro de la comunión en la fe y del respeto a la ética natural y al orden moral de la propia confesión.

5.    La difícil gestión del pluralismo

Contra las presuntas profecías de quienes anunciaban el final de las religiones y en concreto del cristianismo, podemos decir que éstas no han salido de la historia.
Las religiones y en concreto el cristianismo en una sociedad cada vez más pluralista aparecen como una realidad a la vez frágil y fuerte. Por eso, en los medios de comunicación se alternan las interpretaciones sobre "el ocaso o la muerte de Dios" con las del "retorno o la victoria de Dios".
Los hombres y mujeres religiosos hemos de aportar nuestra contribución a la difícil a la comprensión y a la gestión del pluralismo y de las diferencias a todos los niveles. No es una tarea fácil y quizá tengamos que reconocer, como punto de partida, y con humildad, que no estamos todavía suficientemente preparados para responder adecuadamente a los retos que la sociedad cada día más globalizada nos plantea.  
El camino de vivir la propia identidad en una sociedad plural, el camino de vivir la fraternidad intercristiana e interreligiosa en el respeto a las diferentes identidades, es un camino largo. La paz interreligiosa como condición de la paz en el mundo y entre los pueblos y lo que en el lenguaje cristiano llamamos la "diversidad reconciliada" es una ruta larga.
Aunque éste no sea el tema de nuestro encuentro, deseo terminar con una referencia al deseable pluralismo de los medios informativos, como condición de una sociedad verdaderamente democrática. Sin embargo, la gestión de esta pluralidad se hace cada vez más difícil en las sociales en que se tiende a la concentración de estos medios, lo que constituye un muy grave problema de la vida social en diversos Estados.
Termino mis palabras. Aquí en Cracovia, en el clima de la admiración y la venerada memoria de Juan Pablo II, me atrevo a invitar a todos, a pesar de la difícil gestión de la pluralidad en todos los órdenes, a que escuchemos de nuevo aquellas dos palabras con las que se presentó ante el mundo, el día de su elección, desde la "logia", o balcón central, de la basílica de San Pedro del Vaticano: "No tengáis miedo".
Gracias por su amable atención.

+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal Arzobispo de Barcelona