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Stanislaw Dziwisz

Cardenal, Arzobispo de Cracovia, Polonia
 biografía

Homilía del Cardenal Dziwisz en la Liturgia Eucarística
en ocasión del Encuentro Internacional por la Paz.
Lagiewniki, 6.09.09
(Hch 5,12-16; Ap 1,9-11a. 12-13.17.19; Jn 20,19-31)


¡Hermanos y hermanas!

1. Con el pensamiento y con el corazón volvemos a Jerusalén, donde “por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en el pueblo”. La Iglesia primitiva se enriquecía con nuevos discípulos de Jesucristo. “Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor”. Con conmoción observamos los caminos de la Ciudad Santa, a lo largo de los cuales “sacaban a los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos”. Todos los enfermos y las personas atormentadas por espíritus inmundos eran curadas (véase Hch 5, 12.14-16).
La fe en el Señor crucificado y resucitado realiza milagros. Curaba a enfermos. Devolvía la alegría de vivir a los que sufrían. Cambiaba el corazón de la gente. Despertaba en ellos la esperanza.
Esta escena sorprendente dura todavía hoy. Dura desde hace dos mil años. Se repite en todos los rincones de la tierra donde ha llegado la Buena Noticia de Jesús de Nazaret. Se repite en todas las generaciones. Se repite también ante nuestros ojos. Cada uno de nosotros ha podido experimentar las cosas grandes que el Señor ha realizado en su vida.
Hoy nosotros mismos, provenientes de tantas partes del mundo, nos reunimos para la oración común en un santuario cristiano. Este santuario, este lugar, nos recuerda de manera particular que la Misericordia es el nombre de Dios. El Señor Todopoderoso se inclina sobre nosotros, cura nuestras debilidades, nos lleva a la unidad, escucha nuestras fervientes oraciones por la misericordia y la paz en el mundo entero.

2. El primer don del Señor resucitado es la paz. En el fragmento que hemos leído del Evangelio de Juan hemos escuchado tres veces: “La paz con vosotros” (Jn 20, 19.21.26). La paz de Jesús nace en el corazón reconciliado con Dios y con el prójimo. La paz de Jesús dispersa las tinieblas del mal y del pecado, devuelve la libertad interior, nos hace capaces de un amor y de un servicio más grandes. La paz de Jesús crea vínculos fraternos, construye la comunidad, hace de nosotros un único pueblo de Dios. La paz de Jesús es premisa de una nueva e inimaginable realidad: su reino de amor ilimitado.
Observando sinceramente nuestras actitudes y nuestros comportamientos debemos admitir que en ellos hay la  incredulidad de Tomás. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25). ¿Creemos realmente que le Resucitado está presente entre nosotros? ¿Creemos en el fondo que Él y sólo Él sabe curar nuestras debilidades, enseñarnos la humildad, la comprensión y la generosidad de corazón hacia el prójimo? ¿Sabemos mostrar, con la transparencia de nuestra vida, al Señor que vence en el hombre, que lo conquista a la causa para la que ha venido al mundo?
Jesús necesita el testimonio de sus discípulos en el mundo de hoy. Por eso dirige también a nosotros las palabras: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió también yo os envío” (Jn 20, 21). Ser discípulo de Jesús significa identificarse con su persona y su misión. Él necesita nuestro intelecto y nuestro corazón. Necesita nuestra bondad y misericordia, nuestras palabras pronunciadas con fe profunda y creyendo que Él es “Cristo, Hijo de Dios”, para que “creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31).

3. Hoy nuestra misión y nuestro testimonio asumen una forma particular, la del Congreso Internacional por la Paz “Hombres y Religiones”. Consideramos la participación en este Congreso como nuestra voz cristiana, como nuestro paso de buen “mensajero, heraldo de paz” al mundo inquieto del que habla el profeta Nahúm (Na 2,1).
Participemos en este acontecimiento excepcional. Desde Cracovia, desde la ciudad de Juan Pablo II, incansable peregrino y mensajero de paz, se eleva en estos días una voz coral y una oración dirigida al Todopoderoso, por el don de la paz para nuestra tierra inquieta. SE eleva de gente de buena voluntad, de religiones, tradiciones espirituales y culturas distintas. Revive en nosotros el espíritu de Asís, que habla a la imaginación y a las conciencias no sólo de los discípulos del Maestro de Nazaret.
Recordémoslo: el país en el que nos encontramos ha experimentado la “tribulación” de la que habla san Juan en su Apocalipsis (Ap, 1,9). En estos días recordamos el aniversario trágico del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Un símbolo perturbador de aquellos años oscuros es el campo de concentración de Asuchwitz-Birkenau, adonde iremos como peregrinos, repitiendo en el espíritu las palabras: “Dios Santo, Santo y potente, Santo e inmortal, ten piedad de nosotros”.
El país en el que nos encontramos ha conocido también la humillación por parte de la ideología comunista, que durante décadas ha intentado dominar las conciencias de la gente, pisoteando su dignidad, privándoles de la libertad, prometiendo construir el paraíso en la tierra. Un paraíso sin Dios. Esta ideología ha dejado tras de sí masacres espirituales y materiales. Ahora pacientemente reconstruimos la casa destruida de los valores humanos y cristianos, tal com ohacen otros pueblos de Europa Central y Oriental. Lo hacemos en el espíritu d elas palabras de Pablo de Tarso: “No te dejes vencer por el mal antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 21, 12).

4. El hijo del Hombre del Apocalipsis nos habla hoy a cada uno de nosotros: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive” (Ap 1, 17-18). También el padre espiritual de nuestro Congreso de Cracovia, Juan Pablo II, empezó su pontificado con palabras similares, diciendo: “¡No tengáis miedo! Abrid, es más, ¡abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid las fronteras de los Estados a su poder salvador, abridle los sistemas económicos y los políticos, los amplios campos de cultura, de civilización, de desarrollo. ¡No tengáis miedo!” (22 X 1978, n. 5). El Congreso por la Paz de Cracovia es fiel a estas palabras. Es fiel al Evangelio. Amén.