6 Septiembre 2009 17:00 | Auditorio Maximum

Intervención



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David Rosen

Rabino, Director de la Junta del KAICIID, Israel
 biografía

Intervención del Rabino Jefe David Rosen

Asamblea inaugural


Es para mí un honor tomar la palabra en esta asamblea inaugural y es siempre una alegría estar con mis hermanos y mis hermanas de la comunidad de Sant’Egidio. Además, estar en Cracovia para mí personalmente es algo especial, porque aquí tengo mis raíces. Yo, efectivamente, soy descendiente del rabino Moses Isserles, que aquí era conocido como Remu, que en el ámbito rabínico fue tal vez el más gran rabino de Cracovia o incluso de todo el judaísmo asquenazí. Él representaba la enseñanza judía, la religiosidad y el fermento intelectual que Cracovia conoció en el pasado.
Se trata de una historia muy significativa. Podríamos decir que la tragedia del Holocausto, la Shoa, ha eclipsado el patrimonio de creatividad y de colaboración que había en Polonia y especialmente en Cracovia.
Mientras otras monarquías europeas recluían en guetos a los judíos, el rey Casimiro el Grande los acogió en el reino polaco. Él y los miembros de la dinastía jaguelónica gobernaron desde el castillo de Wawel durante los dos siglos siguientes. Por eso Polonia, y especialmente la ciudad judía que él fundó y que lleva su nombre (el Kasimierz de Cracovia) se convirtió en uno de los centros culturales más importantes de la diáspora judía, tal vez el más importante de todos.
Esta tradición jaguelónica de la identidad polaca, abierta a los pueblos de otras religiones y proveniencias, influyó en Juan Pablo II, como demuestra en su libro "Memoria e identidad", publicado un año después de su muerte. Refiriéndose a los años treinta, justo antes del estallido de la II Guerra Mundial, escribía:


“Otro elemento de gran importancia en la composición étnica de Polonia era la presencia de los judíos. Recuerdo que como mínimo una tercera parte de mis compañeros de clase, en la escuela primaria de Wadowice, eran judíos. En los cursos superiores ya eran menos. Yo era muy amigo de algunos de ellos. Y lo que me sorprendía de algunos de ellos era su patriotismo. Así pues, la multiplicidad y el pluralismo son fundamentales para el espíritu polaco, y no los límites y las cerrazones. Sin embargo, parece que la dimensión “jaguelónica” del espíritu polaco ha dejado de ser un rasgo distintivo de nuestro tiempo.”


   
Y en “Atravesar el umbral de la esperanza” Juan Pablo II afirmaba:


    “Durante su historia milenaria, Polonia ha sido un país de muchas nacionalidades y religiones, mayoritariamente cristianos, pero no sólo. Esta tradición ha sido y es el origen de un aspecto positivo de la cultura polaca: su tolerancia y apertura hacia pueblos que piensan de manera distinta, que hablan otras lenguas, o que creen, rezan, o celebran los mismos misterios de fe de maneras distintas.”


No obstante, podemos afirmar que sólo el judío ha representado al otro a lo largo de la historia de esta tierra y de esta ciudad (así como en muchos otros lugares) y la situación de los judíos, aquí y en otros lugares, ha sido un indicador para determinar el estado de salud de la sociedad en general.
Como decía, el mal del antisemitismo y la tragedia de la Shoa a menudo ha ocultado los aspectos positivos de la historia de Cracovia.
Sin embargo, en los últimos tiempos Cracovia ha representado de nuevo el triunfo de la esperanza y del humanismo religioso, sobre todo en la persona de Juan Pablo II, que fue el gran héroe no sólo de la reconciliación entre judíos y cristianos, sino también del diálogo interreligioso en general.
El papa Pablo VI definía el diálogo como “un nombre del amor" y el papa Juan Pablo II fue la personificación de aquel espíritu. Por eso es oportuno celebrar este espíritu, el espíritu de Asís, justo aquí en Cracovia.
Este momento del año es un tiempo especial para muchos de nosotros. Para los musulmanes nos encontramos en el mes sagrado del Ramadán.
Para los judíos es el mes de Elul, la preparación para los días de solemne festividad. También es el periodo de los siete sábados de consuelo que preceden el nuevo año judío, rosh Hashanah.
En la sinagoga, durante estos sábados, leemos pasajes del profeta Isaías (desde el capítulo 40 al 61) que consuelan al pueblo de Israel con el amor y la fidelidad eternas de Dios, que los hará volver a su tierra y les permitirá reconstruir su vida religiosa nacional.
Aun así, esta visión mesiánica no es exclusivista. Esta visión mesiánica es una visión de paz universal, en la que "muchos pueblos vendrán y subirán al monte del Señor" y "un pueblo no levantará más la espada contra otro pueblo, no ejercerán más el arte de la guerra".
En esta era mesiánica el profeta prevé que el lobo estará junto al cordero; la pantera, al lado de la cabra; el ternero y el león pacerán juntos y un niño los guiará” (Isaías 11, 6).
Para Maimónides esta imagen es una metáfora de las naciones de la humanidad: los fuertes que viven en paz con los más débiles.
Muchos de nosotros conocerán el comentario a este versículo del rabino Mei Simchah de Dwinsk. El rabino dice que esta visión no era nueva, sino que ya  se había hecho realidad en el arca de Noé, cuando todos los animales vivían juntos en paz. Pero decía que aquello se produjo cuando no había alternativa, porque se veían amenazados por la destrucción del diluvio. En cambio, la visión de Isaías nos habla de una situación en la que vivimos todos juntos por propia voluntad, en un espíritu de respeto y amor recíproco.
Ese es precisamente el espíritu de Asís, el espíritu de Sant’Egidio. A pesar de todo, los que todavía no están preparados para esta visión deberían sentirse obligados a vivir juntos en paz, no menos que los animales del arca de Noé, pues no son pocos los peligros que amenazan nuestro mundo –guerras, enfermedades, hambre, calentamiento global, desastres ecológicos– y, sobre todo, la pérdida de valores espirituales y morales.
Pero la visión de Isaías nos da algo más grande en lo que tener esperanza para el futuro, y fue un hijo de Cracovia el que nos llevó tan cerca de esa visión; que esta visión se pueda hacer realidad pronto en nuestro tiempo. Amén