11 Septembre 2023 09:30 | Ekd

Discurso de Emilce Cuda



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Emilce Cuda

Théologienne, Secrétaire de la Commission pontificale pour l'Amérique latine, Saint-Siège
 biographie
Orar, rezar, soñar, creer, confiar son actividades que ponen la contemplación en acción. Los invito a orar  juntos por la paz, que es lo mismo que soñar juntos con la paz. Los invito a convertir la oración en acción comunitaria.
 
La oración es contemplación y es acción al mismo tiempo, porque la oración, tanto como los sueños, son eficaces, actúan en la realidad y tienen la fuerza para cambiarla. La oración es acción, como el amor es acción. Dios es amor. Finalmente, la oración es un acto de amor. Solo quien ama puede, con el poder de su oración, salvar al ser amado y salvar al mundo de tanta violencia organizada. La oración tiene el poder de desorganizar la violencia y organizar la esperanza -como nos dice el Papa Francisco-, porque la oración pone palabra en el silencio que perpetúa la violencia. Oremos, hablemos juntos.
 
El poder de la oración es el poder de la palabra comunitaria profesando un mismo credo. ¿Por qué la oración es contemplación en la acción? Porque la oración es un acto de fe en Dios y confianza en la humanidad. Orar no es repetir, es hablar para salvar vidas. La oración no es poesía muerta, es palabra viva, palabra pública, profesada por la comunidad como una sola alma, como asamblea pública, como ekklesia. Cuando la palabra es comunitaria, es palabra pública con carácter de oración. La palabra pública es Iglesia viva. Toda Iglesia es comunidad orante porque es palabra pública. Lo contrario de la palabra es el silencio. Cuando la palabra se silencia, comienza la violencia, como bien ha escrito Hannah Arendt, hablando de la condición humana precisamente como palabra pública. En el silencio no hay oración, no hay Iglesia, no hay política, no hay paz.
 
Como parte de la Curia Romana, es mi deber, y mi honra, hacer presente con mis palabras al Santo Padre Francisco, quien me ha dado esa misión. Voy a hacerlo presente parafraseando, no una oración suya, sino su conocido Momento de oración. Porque la oración es un momento, es el momento de unirnos para salvarnos. El conocido Momento de oración, protagonizado por el Papa Francisco junto a toda la familia humana, fue visualizado a través de canales de televisión, radios y redes sociales. Ese momento fue el día en que la humanidad tomó la decisión de unirse y orar todos juntos para salvarse. 
 
En medio de la pandemia, «Al atardecer» (Mc 4,35) del 27 de marzo de 2020, dice Francisco que “cuando había oscurecido y densas tinieblas habían cubierto nuestras plazas, calles y ciudades, el silencio se fue adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio ensordecedor, en medio de un vacío desolador que paralizó todo a su paso”. En ese momento la humanidad se encontró asustada y perdida. Dice el Papa Francisco que, al igual que a los discípulos de Jesus, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Sin dudas, la amenaza de muerte inmediata nos hizo dar cuenta de que estamos todos en la misma barca y que si no remamos todos juntos no podríamos seguir cada uno por su lado.
 
En ese momento de oración, el Santo Padre Francisco comentó una pasaje del Evangelio: la barca en la tormenta. Explicó que la única vez en el Evangelio donde Jesús aparece durmiendo es justamente cuando se está hundiendo la barca. Sus discípulos le suplican:  “Despierta, Señor”, porque piensan que el Maestro no está haciendo nada para salvarlos. Pero el Maestro duerme porque confía en el Padre, confía en que el Padre no dejará que la barca se hunda. Entonces Jesús les dice: «¿Por qué tienen miedo? ¿Acaso no tienen fe?» (v. 40). 
 
La fe en Dios se expresa como confianza en la humanidad. Sin fe en Dios, desconfiamos de todos, nos aislamos y nos hundimos. Tenemos miedo porque no tenemos fe. Puede ser que perdamos la confianza en la humanidad ante tanta violencia organizada, pero justamente cada momento de amenaza es el momento de la conversión, de volver a hacer la elección de tener fe en Dios y confianza en la humanidad, y tomar la decisión de unirnos para organizar la esperanza, quebrando así la violencia organizada.
 
Todo tiempo de prueba es un momento de elección, es decir que es el momento de la decisión y, en consecuencia, el momento de la unidad, algo imprescindible para la salvación en toda su amplitud, es decir: salvarnos de todas la violencias sociales sin lo cual no puede haber paz justa. El momento de decidir en qué creer, es decir el momento de elegir tener fe en Dios y confianza en la unidad, no es el momento de mi juicio, de tu juicio, de un juicio personal. Es el momento de nuestro juicio, porque es el momento de la oración, de orar juntos y soñar juntos. 
 
Orar juntos no significa la mera repetición de un poema. Orar juntos es elegir en qué creer y en quiénes confiar. Orar es: repetir un credo, afirmar una posición desde un elenco de principios de fe; tomar posición en un discurso teológico, en un relato comunitario o en un mito histórico; en el Evangelio, por ejemplo, es para el Cristianismo su credo, su relato, su discurso. En el momento de la oración me uno a una comunidad orante, que al mismo tiempo está repitiendo un credo, está diciendo sí creo en Dios y sí confío en la humanidad. Ese credo es la convicción de qué hacer para salvarnos. Y la respuesta a ese acto de contemplación es la acción, no como políticas públicas o partidistas, sino como contemplación en acción orante para organizar la esperanza en la paz justa. La unidad es contemplación en acción porque es la realidad efectiva de la fe en Dios y de la confianza en la humanidad.
 
La oración, como momento discursivo comunitario de unidad con Dios y con toda la familia humana, es el tiempo para elegir entre lo bueno y lo malo, entre lo necesario y lo pasajero, entre lo violento y lo pacifico, entre justo y lo injusto, pero todos juntos: “todos, todos, todos”. El momento de la oración es el momento de la elección, porque al orar se elige cada vez restablecer el rumbo de la vida hacia Dios y hacia los demás.
 
El miedo no puede silenciar la oración porque ahí está la salvación. La oración salva, siempre y cuando la oración sea en la unidad, porque la oración es eficaz, no en sentido mágico sino en sentido carnal. La oración produce unidad porque afirma un credo, una posición, una elección ante Dios y ante el mundo. Ni la oración es previa a la unidad, ni la unidad es previa a la oración. Se dan al mismo tiempo. Me uno al Padre y a la humanidad en oración. Fuera de la unidad no hay oración eficaz, como fuera de la oración no hay unidad salvadora.
 
Todos podemos y debemos elegir orar juntos ante el miedo, porque -como nos dice el Santo Padre-, en la oración opera la fuerza del Espíritu derramada y plasmada en cada uno de los valientes anónimos, que somos cada uno de nosotros. La vida, la historia de las religiones, la historia de la humanidad está sostenida por personas comunes que sin miedo eligen creer y confiar al momento que toman la decisión de unirse en oración para salvarse. La unidad es la primera consecuencia de la Fe y la confianza, y la primera decisión de lo político sin la cual ninguna otra decisión puede ser eficaz para la construcción de la paz social como paz justa. Cada vez que oramos vencemos el miedo, doblegamos el silencio, decidimos y profesamos en quién creer y en quiénes confiar. 
 
En el momento de sufrimiento es cuando se pone a prueba la fe en Dios y la confianza en la humanidad. En ese momento no nos puede vencer el silencio. La oración es más fuerte, y debemos tener la convicción de que en ese momento muchos, miles, millones están unidos a nosotros en oración. Eso significa estar unido en oración: unidos en la profesión de fe, una profesión que es contemplación en la acción porque se practica “tocando la carne sufriente de Cristo en el Pueblo”, como dice el primer punto de la nueva Constitución de la Curia Romana Praedicate Evangelium.
 
Ante la violencia no podemos: ni dejar de soñar juntos con la Paz, ni dejar de orar juntos por la no violencia. ¿Qué significa orar por la no violencia? Significa denunciar las injusticias y abogar por el pobre, por el hambriento, por el preso, por el enfermo, por el migrante, por el explotado, por el descartado. La muerte violenta que produce la guerra como enfrentamiento bélico de conquista no es el único modo de violencia. La denuncia comunitaria de la injusticia en defensa de la dignidad humana también es oración si lo profesamos todos juntos, en unidad, confiando en nosotros y en el Padre, de acuerdo a un credo, es decir discerniendo comunitariamente desde los principios de la fe como verdad revelada. Debemos orar por la justicia sin miedo, porque tenemos fe en Dios y confiamos en la unidad que genera la oración. “La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”, nos dijo el Papa Francisco en ese momento de oración. 
 
Dijo Jesús a sus discípulos: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? Nos dice el Santo Padre Francisco en ese momento de oración que el comienzo de la fe es ser conscientes de la violencia en todas su formas, sabernos limitados e impotentes, y aceptar que necesitamos la salvación que viene del Padre. Los que tenemos fe lo sabemos. Sabemos que no somos autosuficientes. Saberlo es reconocernos como criaturas del Padre, pero creativas -a su imagen y semejanza-, como para colaborar con Él en la salvación del mundo. 
 
Lucem demostrat umbra -la sombra muestra la luz- decían los romanos. Del mismo modo, la violencia muestra la Paz. ¡No tengamos miedo! ¿Acaso no tenemos fe? Todas las actuales formas de violencia parecen un sinsentido, sin embargo nos muestra la fuerza de Dios, es decir: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Lo malo nos hace sentir la impotencia con su silencio ensordecedor: el silencio del fascimso, el silencio de los totalitarismo, el silencio de las finanzas, el silencio de las víctimas, el silencio de los amordazados, de las mujeres asesinadas, de los niños secuestrado para venta de órganos y de los caídos en las adicciones o las mafias del crimen organizado, el silencio de los gobernantes corruptos y el silencio de los migrantes ahogados, quemados, encarcelados, criminalizados. Todas esas personas no tienen paz. 
 
No confundamos ruido con silencio. El ruido no es palabra. En el ruido del marketplace político, financiero e incluso religioso hay mucho silencio; no hay palabra. Debemos quebrar ese silencio con la oración. La oración es la palabra que rompe el silencio del ruido. Orar es decir y afirmar en quién creemos y en quién confiamos. El silencio nunca es salud, como querían hacer creer al pueblo los responsables de las dictaduras cívico militares en América Latina -un modo de guerra, nuestra guerra, que se cobró miles de vidas en silencio. La oración rompe el silencio, quiebra el miedo que produce la amenaza, porque la oración nunca es individual. La oración es la unidad de millones que profesan un mismo credo y persiguen un mismo sueño: vivir en paz.
 
Nos dice Francisco que la oración trae serenidad en nuestras tormentas, porque Dios se hace presente, y ora con nosotros por la vida, porque Dios es vida  y nunca muere. Oremos juntos, porque la oración tiene la capacidad de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. Oremos juntos, porque en el aislamiento la oración pierde eficacia, ya que -como nos dijo Francisco-, la falta de afectos y de  encuentros nos hunde en el silencio. Orar no es repetir, orar es encontrar, sumar, profesar, propagar, afirmar, elegir, decidir.
 
Nos dice el Santo Padre que rezar es dar espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Rezar es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de oración, en fraternidad y en solidaridad. La oración comunitaria fortalece y sostiene para cuidarnos y poder cuidar. Esta es la fuerza de la oración, porque es la fuerza de la fe que libera del miedo y da esperanza.
 
Quisiera terminar con la oración que en ese momento el Papa Francisco rezó junto a toda la humanidad:
 
“Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: ‘No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, ‘descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas’ (cf. 1 P 5,7)”.