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Ilustres y queridos representantes de las Iglesias y comunidades cristianas y de las religiones mundiales:
 
Os dirijo a todos mi cordial saludo asegurando mi cercanía espiritual. Por iniciativa de las diócesis de Münster y Osnabrück y de la Comunidad San Egidio, que profundamente agradezco, os habéis reunido para un nuevo Encuentro internacional, titulado «Caminos de paz». Este camino de paz y de diálogo, querido e iniciado por san Juan Pablo II en Asís en 1986 y del que el año pasado hemos vivido juntos el 30º aniversario, es actual y necesario: conflictos, violencia difundida, terrorismo y guerras amenazan hoy a millones de personas, oprimen la sacralidad de la vida humana y hacen a todos más frágiles y vulnerables.
 
El tema de este año es una invitación a abrir y construir nuevos camino de paz. Es necesario, especialmente donde los conflictos parecen sin salida, donde no se quieren iniciar recorridos de reconciliación, donde se encomienda a las armas y no al diálogo, dejando pueblos enteros sumergidos en la noche de la violencia, sin la esperanza de un alba de paz. Mientras, demasiados, tienen todavía «sed de paz», como dijimos el año pasado en Asís. Junto a los responsables políticos y civiles, que deben promover la paz para todos, hoy y en el futuro, las religiones están llamadas, en particular con la oración y con el empeño concreto, humilde y constructivo, a responder a esta sed, a identificar y abrir, junto a todos los hombres y las mujeres de buena voluntad, caminos de paz, sin cansarse. Nuestro camino para la paz, frente a la irracionalidad de quien profana a Dios sembrando odio, frente al demonio de la guerra, a la locura del terrorismo, a la fuerza engañosa de las armas, no puede ser otra cosa que un camino de paz, el que reúna «muchas tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la no violencia son esenciales e indican el camino de la vida» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero 2017, 4). Para abrir puertas de paz son necesarias valentía humilde y perseverancia tenaz, y sobre todo es necesario rezar, porque —lo credo firmemente— la oración está en la raíz de la paz. En cuanto líderes religiosos, tenemos, sobre todo en este momento histórico, también una responsabilidad particular: ser y vivir como gente de paz, que testimonia y recuerda que Dios detesta la guerra, que la guerra no es nunca santa, que nunca la violencia puede ser cometida o justificada en nombre de Dios. Estamos además llamados a despertar las conciencias, a difundir la esperanza, a suscitar y sostener a los trabajadores de paz.
 
Lo que no podemos y no debemos hacer es permanecer indiferentes, de tal forma que las tragedias del odio caen en el olvido y nos resignamos con la idea de que el ser humano sea descartado y que sean antepuestos el poder y la ganancia. El encuentro de estos días, que desea hablar y reforzar caminos de paz y para la paz, parece querer precisamente responder a esta invitación: vencer la indiferencia frente al sufrimiento humano. Os doy las gracias por esto y por el hecho de que estáis juntos, a pesar de las diferencias, para buscar caminos de liberación de los males de la guerra y del odio. Para hacer esto, el primer paso es saber escuchar el dolor del otro, hacerlo propio, sin dejarlo caer y sin acostumbrarse: nunca hay que acostumbrarse al mal, nunca hay que ser indiferentes a eso.
 
Y también podemos preguntar: ¿qué hacer frente a tanto mal que se propaga y hace estragos? ¿No es demasiado fuerte? ¿No es vano todo esfuerzo? Frente a estas preguntas se corre el riesgo de dejarse paralizar por la resignación. Vosotros, sin embargo, os habéis puesto en camino y hoy estáis reunidos para ofrecer una respuesta, es más, ya vuestro estar juntos representa una respuesta de paz: nunca más los unos contra los otros, sino los unos junto a los otros. Las religiones no pueden querer otra cosa que la paz, trabajando en la oración, preparadas para doblarse ante los heridos de la vida y los oprimidos de la historia, vigilantes para contrarrestar la indiferencia y promover caminos de comunión. Es significativo que vuestro camino se desarrolle en el corazón de Europa, en el año en el que el continente celebra los sesenta años de los tratados fundacionales de la Unión, sellados en Roma en 1957. La paz está en el corazón de la construcción europea, después de las ruinas provocadas por dos guerras mundiales y desastrosas y de la terrible tragedia de la Shoah. Vuestra presencia en Alemania sea un signo y un reclamo en Europa para cultivar la paz, a través del compromiso para construir caminos de más sólida unidad dentro y cada vez de más apertura a Dios.
 
Continuamos así abriendo juntos nuevos caminos de paz. Se encienden luces de paz donde hay tinieblas de odio.
 
Que haya «las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrecharlos vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado; […] se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz» (Juan XXIII, Cart. Enc. Pacem in terris, 91).
 
Del Vaticano, 28 agosto 2017
 
Francisco