11 Septiembre 2011 14:30 | Marstallplatz

Testimonio del 11 de septiembre



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Me llamo Coleen Kelly. Mi hermano Bill murió el 11 de septiembre en Nueva York, en las Torres Gemelas. No debería haber estado allí, no trabajaba allí. Estaba allí casualmente, para participar en una conferencia, después de haber convencido a su jefe para que le diera un día de fiesta. Nunca volvió de aquel acto. Mi hermano no tenía escapatoria: quedó atrapado en el piso 106 de la Torre 1. Él mismo utilizó la palabra “atrapado” en sus últimos mensajes. Pero sabemos que en aquellos últimos momentos desesperados no perdió la esperanza. En sus mensajes decía que esperaba que llegaran los bomberos, que entraban en los edificios en llamas mientras miles de personas que estaban en el interior intentaban huir.

Sentimos una desazón moral contra los fanáticos que asesinaron a mi hermano, contra el destino imprevisible que lo llevó a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Un destino que decidió quién tenía que estar allí. Para muchos, como mi hermano, no hubo alternativa.

No obstante, tras el 12 de septiembre, el pueblo americano y la comunidad global sí pudieron elegir. ¿Cómo íbamos a responder al terror? ¿Cuál era el significado y la forma de una justicia verdadera? Había varias posibilidades.

Un rabino intentó recoger, en la medida de lo posible, las últimas palabras y frases de las personas asesinadas aquel día. Ninguno de ellos decía “matémosles” o gritaba venganza. No. Las últimas palabras no expresaban odio, no pedían venganza. Las últimas frases del 11 de septiembre a veces manifestaban miedo, pero en la mayoría de los casos eran palabras de amor. “Dile a mamá y a papá que les quiero”, “Di a los niños que los echo de menos y que les quiero”. “Julie, la situación no es buena, pero que sepas que te quiero”.

¿Qué nos dicen estas últimas palabras? Las últimas palabras nunca deberían ser el producto de violencia política. Más bien deberían reflejar una vida plena y bien vivida: y hay otro mensaje fuerte para aquellos que están dispuestos a escuchar. Hay un tiempo para un fuerte sentimiento de escándalo moral, pero en última instancia, lo que queda es el amor. Y nosotros, los que quedamos, tenemos que tomar decisiones difíciles. Nuestra decisión de respuesta puede ser creativa y en favor de la vida o destructiva como la violencia inicial. La elección está en nuestras manos.